
A primera vista parece un absurdo electoral. Si el petrismo solo tiene el 32% de respaldo en las encuestas, no es lógico que el 65% que tiene la oposición no sea lo suficiente amplia para imponerse sobre el candidato que tenga el respaldo del presidente Petro. La explicación no está en la fuerza del 32% del Pacto Histórico, sino en la debilidad del 65% de los contradictores del Gobierno, que no tienen a nadie que los dirija y cada candidato es jefe de su propio movimiento. No hay una figura en el centro o en la derecha que aglutine al antipetrismo, mientras que Petro sin ser candidato pondrá todo su capital político, institucional y mediático para apuntalar a su sucesor. En 2026 no se va a votar por un nombre sino por la continuidad o no de un gobierno. El centro no tiene una narrativa creíble. Solo lo mueve el antipetrismo, y en política un cuento claro y bien explicado, aunque polarice, tiene más éxito. Por eso, con su 32% tiene asegurado el balotaje. En un país reventado por la polarización, decepcionado por las promesas incumplidas de cambio y rodeado de frustraciones sociales acumuladas, lo lógico sería una previsible derrota. Y, sin embargo, la lógica electoral en la segunda vuelta no responde a la popularidad sino a la mecánica del poder y al comportamiento estratégico de los votantes.
